Publicada en Revista Capital, 5 de julio de 2017
En 1798, el Reverendo Thomas Malthus escribió que la población crece en progresión geométrica, y que “los medios de subsistencia, en las circunstancias más favorables, no aumentan sino en una progresión aritmética”. Es decir, la humanidad está condenada a la hambruna.
La historia hasta el día no le ha dado la razón. Vino la revolución de los fertilizantes, en especial la capacidad de sintetizar nitrógeno del aire, y hoy podemos alimentar con holgura a 7.400 millones de personas, casi ocho veces más que las que habitaban el globo cuando el Reverendo escribió aquellas líneas.
En 1972, el venerable Club de Roma publicó un estremecedor reporte titulado Los límites del crecimiento. Recurriendo a modelamientos computacionales prodigiosos para la época, vaticinaba el agotamiento de una serie de recursos naturales, y el consiguiente colapso de vastos sectores productivos.
Los científicos y políticos que conformaban el Club de Roma, no obstante, no previeron la magnitud de los avances tecnológicos. Al 2017, no solo los recursos naturales no se han acabado, sino que el valor de la economía global se ha multiplicado por 3,6.
Basados en la miopía de los agoreros del pasado, muchos sostienen que quienes auguran dificultades severas asociadas al cambio climático son solo una camada más de los profetas del pesimismo. A su modo de ver, la humanidad será capaz de solucionar este nuevo obstáculo como lo hemos hecho con todos los anteriores. No hay que adoptar sacrificios significativos ahora, proponen, sino confiar en que los artilugios que están por venir lo harán de manera indolora. Sólo hay que darle tiempo al inagotable ingenio humano.
Por cierto, es perfectamente posible que la tecnología resuelva el problema con consecuencias no demasiado trágica para la biodiversidad y la humanidad. Sin embargo, adoptar esa estrategia es jugar una carta demasiado arriesgada. Es apostarlo todo al póker de ases basándose en el hecho de que se consiguieron en las dos rondas pasadas.
Imagine que las notas de un estudiante de segundo medio indican que reprobará el curso a final de año. Sin embargo, un desempeño sobresaliente en los exámenes finales le permite aprobar a última hora. Al año siguiente, se repite la historia: la promoción se consiguió en los descuentos. Nuestro amigo está ahora en cuarto medio. A mitad de año está reprobando. Si usted fuera su apoderado ¿Se lo tomaría con calma, confiando en que volverá a rendir exámenes sobresalientes, aun cuando la información que hoy dispone indica que se necesita de un milagro para evitar el abismo? ¿O más bien le exigiría estudiar desde ya para no depender de un evento que, aunque posible, es a todas luces extraordinario?
En cambio climático, nos encontramos a mitad de año, y estamos reprobando estrepitosamente. Trabajemos por el milagro. Podría ocurrir. Pero en La Ruta Natural recomendamos no echarnos a descansar en el intertanto.