Publicada en La Tercera, 19 de julio de 2017
A la hora de criar un niño, lo más fácil es eliminar todo riesgo posible: prescindir de juegos físicos, eludir cualquier posibilidad de contagio, vetar toda excursión exploratoria, y ni que hablar del contacto con el fuego o el mar. Pero esta inclinación natural de los padres debe enfrentar aquello que está al otro lado de la balanza. Una educación de ese tipo traería consigo jóvenes dependientes, poco creativos y carentes de iniciativa. La seguridad es un bien en sí mismo, pero si no aprendemos a balancearla con nuestros otros objetivos aplasta las otras dimensiones de la existencia. Juan Segura quizás vivió muchos años, pero no fueron años dignos de ser vividos.
Del mismo modo, en el plano ambiental, el desafío no es el destierro de toda actividad que genere impactos. Esa sería la solución fácil, pero desconsiderada con quienes tienen menos. El verdadero desafío es que cada persona pueda vivir una vida plena sin que ello atente contra la integridad de la biósfera. A esto lo llamamos “desarrollo sustentable”, un concepto introducido en la década de 1980 por el Informe Brundtland (Nuestro Futuro Común), y recogido posteriormente por la Cumbre de Río en 1992. Es un enfoque que supedita las actividades productivas a criterios de responsabilidad ambiental, pero que a la vez toma distancia de quienes abogan por una cuasi paralización de las actividades humanas en pos de la preservación.
La sociedad civil tiende a organizarse en torno a banderas de lucha bien definidas. Por ejemplo, solemos encontrar asociaciones que batallan por los derechos de los migrantes a todo evento, y otras que defienden la causa xenófoba. Sin embargo, es difícil suponer que quienes sostienen posiciones intermedias se organicen para marchar. ¿Quién va a portar pancartas de “una migración razonable y bien regulada”? Posiciones moderadas como esas, aunque muchas veces mayoritarias, por lo general se encuentran dispersas a lo largo de la sociedad. Rara vez se encuentran cohesionadas en torno a instituciones capaces de aglutinarlas.
La Fundación La Ruta Natural viene a enriquecer ese espacio intermedio. A través de sus tres áreas de acción –educación ambiental, políticas públicas y conservación– queremos ofrecer un espacio de alto nivel de profesionalismo y rigor técnico para promover el desarrollo sustentable. Chile anhela convertirse en un país desarrollado y superar por primera vez en su historia el flagelo de la pobreza. Casi todos los países que han conseguido estas metas lo lograron en una época en la que arrasar bosques y exterminar la fauna era visto más como un triunfo del hombre sobre lo salvaje que una deuda hacia las generaciones futuras. Hoy en cambio, somos más de siete mil millones de personas y pisamos demasiado fuerte sobre los ecosistemas como para imitar esa senda. Necesitamos otra carta de navegación, otra ruta. Una ruta natural.